Me pregunto cuanta gente, en este instante, debe estar
echando de menos. Repasando fotos, viajando por mapas de cicatrices, bailando
en azoteas de recuerdos. Me pregunto por qué el orgullo puede más que un no
supe hacerlo, un volveré a equivocarme pero que sea de camino de huida. Por qué
puede más que todos los te necesito que hoy me fumo, que un susurro que grite
que sus abrazos son tu único refugio.
Me pregunto por qué somos capaces de herir, de decir adiós,
de dejar que se marche el motivo por el que el jazz es jazz, y el sexo orgasmo.
Por qué lanzamos los dados y el miedo a que salga un seis nos aprieta el pecho
y nos hace cerrar los ojos para no ver. Dejándonos, sin ella, y con la duda.
Me pregunto si en esta vida, coincidir con alguien que haga
cosquillas a tu alma pasa más de una vez. Quizá un par. Encontrarse casualidad,
que te de los buenos días alguien que sepa clavar sus promesas bajo tu quinta
costilla, y conseguir que te las creas, alguien que sea siempre motivo de otra
ronda, que llene todos tus versos y vaya directa al estribillo. ¿Cuántas veces
sucede(s)? Porque si la respuesta es que siendo afortunada, no más de lo que
puedes contar con una mano, no logro entender porqué no me la sosTienes, la aprietas
contra tu pecho, y la besas diciéndome que vamos a sal(ir) de esta.
Su recuerdo pesa, es por eso que no me atrevo a nadar. La
ausencia de su voz, ahoga. Y doy vueltas al tiovivo de los miedos y las dudas,
y las preguntas sin respuesta y el cómo es posible que me hayas olvidado solo
con pestañear.
Lo que fuimos quema más que el verano que no vamos a
compartir. Y dudo, dudo si de verdad para ti este cuento empezó y acabó en una
página parecida a las mías. Porque si es así, no comprendo cómo eres capaz de
aceptar que termine, que ganen los malos, sin desenfundar espada. Sin un esta noche,
por favor, quédate.