viernes, 23 de octubre de 2015

Vivir despacio

Ay, Loreto... "jodidamente perfecta"



Has visto tantas cosas de las que no tienes ni las más remota idea...

El mundo se vive con prisa y yo, que nunca llevo reloj y me pierdo al salir del metro, yo vivo despacio para que te de tiempo a llegar. Para que camines conmigo, para nunca sea tarde.
Para que cada anochecer nos traiga el viento frío de Madrid a las mejillas, para que siempre que llueva cale, e inunde el pijama y los no pudo ser.

Yo vivo despacio para que la espera se acorte cuando te siento lejos, se alargue -para el mundo- cuando estás en mi pecho, y se prolongue si me miras así mientras me amas. Dentro.

Para que las canciones duren. Para que los silencios, perduren. Para que las claves de sol se balanceen en el pentagrama cual fotografía de un nosotras respirando aire en el tendero. De casa. La nuestra.

Despacio.

Vivo.

Para que aquel primer beso nunca termine. Y pueda correr en bicicleta, conocer una nueva biblioteca, emborracharme, comprar algo que aún no sepa para quien es... para que pueda hacer todo eso sabiendo que aún me estás besando por primera vez.

Despacio para.

Despacio, para.

Vivo despacio para no olvidar nunca la sensación de verte bailar sobre una azotea. Entre nubes. Y helados con forma de nubes. Y nubes, conforma y con forma de helado. Doble.
Para no tener que bajar del metro de un salto al llegar a Tirso, para alargar las despedidas, para que el color de tus ojos me inunde sin tener que dejar de respirar. Sin ahogo.

Para que el grito de tus orgasmos resuene en los oídos de los vecinos durante décadas. Para que los perros no mueran nunca. Para que salvarnos sea siempre una posibilidad.

Para pausar el sonido de tu voz. Definitivamente, creo que es mi canción favorita.

Y vivo despacio también los domingos en que escueces, aunque duela, para que sepa luego mejor el verte. A pie de estación, con la mano izquierda en el bolsillo y fumándote un piti con la derecha.
Cuánto hemos soñado juntas a pie de estación...

En la ida, con hacer de la cita el mejor momento. Sin tener ni puta idea que -sin saber como- cada vez que te veo brillas más. Brillamos más. Y como asusta, joder!
A la vuelta, suplicando a la memoria que nunca me deje olvidarte. Que retenga cada olor, cada escalera, cada cerve, cada promesa, cada mirada, cada polvo, cada abrigo, cada despeinarse con el viento, cada Retiro, cada sonrisa, cada concierto, cada acierto, cada tú.

Vivo despacio, porque retener(te) en mis brazos, me parece la manera más bonita de invertir mis semanas. De arruinar mis resacas, de pintar mis pestillos, de brindar mis locuras.


domingo, 4 de octubre de 2015

Debe llamarse Octubre

Octubre, mi tan ansiado octubre, después de tanto esperarte, llegas y te lo llevas todo.
Que puto miedo da caminar en llano. Sin baches, ni surcos, ni piedras en el camino, por ser el camino que eliges en vez de agarrarte el corazón con las manos, que pide latir a gritos, y saltar al vacío sin poder usar los brazos como alas.

Octubre siempre ha puesto sosiego al choque frontal de septiembre contra el verano. Sale el sol por las mañanas, aún puedo brindar vermuts en terrazas y pensar en ti. Por eso me gusta.

Trae lluvia a la tardes, el gris del cielo acerca el repicar de campanas de la iglesia, y hay que llevar chaqueta a cuestas si sabes que vas a quedarte hasta coger el último metro.
Y sentirme calentita y a salvo en mitad de una tormenta: ¿cómo no iba a recordarme a ti? Por eso me gusta octubre.

Los ferros se llenan de carpetas nuevas, de ilusión y auriculares, y yo ya no me siento en el suelo -que los años p(a)(e)san, y desde mi butaca azul voy corrigiendo exámenes y echando de menos la inocencia de un mundo a punto de estallar.

Y resulta impensable pensar en la inocencia y no pensarte. Por eso me gustaba octubre, porque tu piel era abrigo, porque el mundo -si tú sonríes tirada en la cama sin pensar en nada- huele otra vez a mandarinas, a rovellons y a recoger castañas -como imaginar un futuro contigo-  sabiendo que vas a pincharte las manos, que acabarás llena de heridas.

Y diciembre queda lo suficientemente cerca como para empezar a asomar, y dar una vuelta por el puerto en busca de la vela más bonita, remangarme el jersey, y robarla para que podamos soplarla.
Y lo suficientemente lejos, aún, como para que la idea que un Madriz no vuelva no escueza los ojos y las plantas de los pies.

Por eso me gustaba(s) octubre, porque va a nacer mi primer hijo y lo iba (o voy) a recitar en todos los bares pensando en tu escote.

Y hoy quien llueve soy yo, junto al estruendo de tu ausencia en un domingo que gritas un desesperado: ¿dónde coño estás?
Un puñal en las entrañas me escribe a sangre que no fue suficiente con amarte hasta Ushuaia y volver, que el amor -sin excepción- es solo para los valientes.

Y me echo a andar, y recorro las calles donde habría querido besarte y todo el barrio se vuelve cementerio. De sueños. Alcanzables.

Sé que te gusta jugar a los dardos. Pues bien, yo hoy te abro el pecho. Lanza, sin miramientos.
Ahí donde pone tu nombre, ¿lo ves? esa es la zona que suma más puntos. Aunque no sea el centro.
A mi las periferias siempre me han parecido más todo.

Lanza, con la rabia del que retiene todo aquel no pudo ser, con las ganas que tienes ahora de besarla a ella.

Lanza y acaba con esto de una puta vez, que yo siempre he amado octubre y si tú no estás, ¿para qué cojones lo quiero?

domingo, 14 de junio de 2015

Te marchas

Me pregunto cuanta gente, en este instante, debe estar echando de menos. Repasando fotos, viajando por mapas de cicatrices, bailando en azoteas de recuerdos. Me pregunto por qué el orgullo puede más que un no supe hacerlo, un volveré a equivocarme pero que sea de camino de huida. Por qué puede más que todos los te necesito que hoy me fumo, que un susurro que grite que sus abrazos son tu único refugio.

Me pregunto por qué somos capaces de herir, de decir adiós, de dejar que se marche el motivo por el que el jazz es jazz, y el sexo orgasmo. Por qué lanzamos los dados y el miedo a que salga un seis nos aprieta el pecho y nos hace cerrar los ojos para no ver. Dejándonos, sin ella, y con la duda.

Me pregunto si en esta vida, coincidir con alguien que haga cosquillas a tu alma pasa más de una vez. Quizá un par. Encontrarse casualidad, que te de los buenos días alguien que sepa clavar sus promesas bajo tu quinta costilla, y conseguir que te las creas, alguien que sea siempre motivo de otra ronda, que llene todos tus versos y vaya directa al estribillo. ¿Cuántas veces sucede(s)? Porque si la respuesta es que siendo afortunada, no más de lo que puedes contar con una mano, no logro entender porqué no me la sosTienes, la aprietas contra tu pecho, y la besas diciéndome que vamos a sal(ir) de esta.

Su recuerdo pesa, es por eso que no me atrevo a nadar. La ausencia de su voz, ahoga. Y doy vueltas al tiovivo de los miedos y las dudas, y las preguntas sin respuesta y el cómo es posible que me hayas olvidado solo con pestañear.

Lo que fuimos quema más que el verano que no vamos a compartir. Y dudo, dudo si de verdad para ti este cuento empezó y acabó en una página parecida a las mías. Porque si es así, no comprendo cómo eres capaz de aceptar que termine, que ganen los malos, sin desenfundar espada. Sin un esta noche, por favor, quédate.