domingo, 4 de octubre de 2015

Debe llamarse Octubre

Octubre, mi tan ansiado octubre, después de tanto esperarte, llegas y te lo llevas todo.
Que puto miedo da caminar en llano. Sin baches, ni surcos, ni piedras en el camino, por ser el camino que eliges en vez de agarrarte el corazón con las manos, que pide latir a gritos, y saltar al vacío sin poder usar los brazos como alas.

Octubre siempre ha puesto sosiego al choque frontal de septiembre contra el verano. Sale el sol por las mañanas, aún puedo brindar vermuts en terrazas y pensar en ti. Por eso me gusta.

Trae lluvia a la tardes, el gris del cielo acerca el repicar de campanas de la iglesia, y hay que llevar chaqueta a cuestas si sabes que vas a quedarte hasta coger el último metro.
Y sentirme calentita y a salvo en mitad de una tormenta: ¿cómo no iba a recordarme a ti? Por eso me gusta octubre.

Los ferros se llenan de carpetas nuevas, de ilusión y auriculares, y yo ya no me siento en el suelo -que los años p(a)(e)san, y desde mi butaca azul voy corrigiendo exámenes y echando de menos la inocencia de un mundo a punto de estallar.

Y resulta impensable pensar en la inocencia y no pensarte. Por eso me gustaba octubre, porque tu piel era abrigo, porque el mundo -si tú sonríes tirada en la cama sin pensar en nada- huele otra vez a mandarinas, a rovellons y a recoger castañas -como imaginar un futuro contigo-  sabiendo que vas a pincharte las manos, que acabarás llena de heridas.

Y diciembre queda lo suficientemente cerca como para empezar a asomar, y dar una vuelta por el puerto en busca de la vela más bonita, remangarme el jersey, y robarla para que podamos soplarla.
Y lo suficientemente lejos, aún, como para que la idea que un Madriz no vuelva no escueza los ojos y las plantas de los pies.

Por eso me gustaba(s) octubre, porque va a nacer mi primer hijo y lo iba (o voy) a recitar en todos los bares pensando en tu escote.

Y hoy quien llueve soy yo, junto al estruendo de tu ausencia en un domingo que gritas un desesperado: ¿dónde coño estás?
Un puñal en las entrañas me escribe a sangre que no fue suficiente con amarte hasta Ushuaia y volver, que el amor -sin excepción- es solo para los valientes.

Y me echo a andar, y recorro las calles donde habría querido besarte y todo el barrio se vuelve cementerio. De sueños. Alcanzables.

Sé que te gusta jugar a los dardos. Pues bien, yo hoy te abro el pecho. Lanza, sin miramientos.
Ahí donde pone tu nombre, ¿lo ves? esa es la zona que suma más puntos. Aunque no sea el centro.
A mi las periferias siempre me han parecido más todo.

Lanza, con la rabia del que retiene todo aquel no pudo ser, con las ganas que tienes ahora de besarla a ella.

Lanza y acaba con esto de una puta vez, que yo siempre he amado octubre y si tú no estás, ¿para qué cojones lo quiero?

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