Estrangular el quizás,
y mirarme las manos
que ya no se arrugan
con tu lluvia
ni escriben te quieros
ni encuentran un Norte
que no esté bajo tu ombligo.
Que ya no reprimen
-en los bolsillos-
las ganas de tocarte
el pelo y las ganas.
Que sustituyes por las suyas
aunque no sean capaces
de arañar(te) lo que fuimos
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